En Humanomáquina (2022), el segundo libro de ensayo escrito por Diego Casas Fernández (Puebla, 1992), el cual resultó ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven “José Luis Martínez” 2021, el autor reflexiona en torno a los límites entre la realidad y la virtualidad en la época contemporánea, a través de una voz narrativa que detalla su vida y a la vez expone sus reflexiones.
En su primer libro, Punto ciego (2016), Diego Casas ya había reflexionado en torno a la mirada, lo que puede ser visto y lo que se esconde —deliberadamente o no— desde los puntos menos luminosos hasta la oscuridad. “Eres lo que ocultas”, nos dice de manifiesto en su epígrafe y continúa repitiéndolo de distintas maneras a lo largo de los ensayos.
En su más reciente Humanomáquina, editado por Tierra Adentro en 2022, el autor vuelve a esta premisa y profundiza esta vez —como si enfocara más un lente ocular que devela otros misterios— en la posibilidad de convertirse de un humano a un cyborg, es decir, de transitar la barrera de lo orgánico a lo cibernético hasta ensombrecer y esconder aún más la verdadera identidad. El premio y la publicación de este libro son muestra de cómo el autor ha encontrado en el ensayo literario la estética más conveniente para explorar, profundizar, dialogar y someter a prueba sus propias ideas e inquietudes.
“Lo que originalmente proponía”, explica Diego Casas Fernández en entrevista con LUMBRERAS, “era un libro de ensayos donde explorara algo así como un personaje que entraba y salía de estos chats de webcams, pero que se comunicaba únicamente a través de la cámara, que jugaba con su cuerpo y que se mostraba, se ocultaba: ocultar demostrando. Tiene que ver con eso: con esa obsesión o, digamos, estética, por llamarlo de alguna manera”.
El libro está dividido en dos partes, “Venir de afuera” y “Quedarse adentro”, las cuales contienen a su vez cinco ensayos cada una. La escritura parte de un evento importante, la primera incursión en internet con el propósito de encontrar a un padre ausente, desconocido, y continúa con una serie de interrogantes acerca de su propio origen. Con base en estos recuerdos, que pertenecen a la infancia y adolescencia, el autor avanza en su escritura entrelazando otros temas, hasta ensayar también de forma crítica cómo es la relación que tiene actualmente la informática con el orden social, lo oculto y lo visible, la máquina y el cuerpo. La mortalidad y la posibilidad de no morir.
“Siempre buscaron ser relatos integrados”, ahonda el autor en entrevista. “Empezó con este interés por narrar una especie de novela de formación o de arco narrativo, donde un personaje adolescente, o una voz más que un personaje, fuera contando cosas, y al mismo tiempo contara su vida personal, tratando de contar su relación con internet. Quería mostrar el internet que al menos a mí me había tocado y que a mi generación le tocó. Entonces fui armándolo así, en ensayos relacionados, ensayos integrados, y surgió el libro”.
Así, Humanomáquina presenta al lector una serie de historias interesantes que han surgido con el internet: el juicio en contra de Alan Turing, el caso de Elliot Rodger y el movimiento íncel, el programa denominado CAPTCHA y el fenómeno de los adolescentes hikikomori en Japón. Al mismo tiempo, la voz narrativa relata su crecimiento desde la adolescencia, la primera vez que se conectó a internet, hasta su vida adulta, por ejemplo durante la cuarentena ocasionada por la pandemia de covid-19.
Pero, sobre todo, Humanomáquina sugiere al lector lo que tal vez ya sabía pero que no había hecho consciente: que no podemos seguir pensando en lo dual, como hacíamos hace algunos años, de la realidad real y la virtual, lo orgánico y lo cibernético, pues estas convergen de manera que todos hemos quedado adentro. Del mismo modo, no podemos escapar de mostrarnos porque, incluso cuando más nos esmeramos en permanecer como incógnitos, va quedando nuestra esencia, un rastro de lenguajes, como ese código que permanece velado pero es lo que nos permite observar las imágenes en una pantalla, inscrito siempre detrás de ella. El libro de Diego Casas nos insta a acabar por aceptarlo de una buena vez.
“En esa segunda ola del internet”, dice el escritor al respecto, “lo llamábamos así: navegar por internet. Ahora, pues ya quedó en el pasado. Ya está pasado de moda decir ‘navegar en internet’, porque ya no navegas en realidad. Lo que haces es justo lo contrario: ya tienes como lugares específicos. Las redes sociales ni siquiera te permiten navegar, quizá lo que más te permitan es stalkear a alguien y de ahí pasar a otro y de ahí a otro y a otro, y de pronto no sabes, una hora después, cómo llegaste a quién sabe quién”.
Llegar al ensayo
En entrevista con esta revista digital, Diego Casas relató cómo fue su llegada al ensayo como género literario: cuando empezó a estudiar la licenciatura en lingüística y literatura, en la BUAP, escribía cuento porque esta era una forma de narrativa en la que podía imitar ciertas fórmulas con el fin de contar historias. Para entonces, las ideas que tenía acerca del ensayo se acercaban más a lo académico que a lo creativo.
Fue hasta su primer taller de ensayo literario donde encontró algo distinto, pues su formación en esta forma de escritura estuvo acompañada por una figura que hoy entiende como un mentor.
“Me gusta mucho pensar en la escritura con el acompañamiento de un mentor”, dice Diego Casas al respecto, “no de un maestro, sino de alguien que te vaya guiando, que te recomiende lecturas, que te lea, que te dé consejos: este papel del profe más cercano, del mentor, digamos”.
A partir de este acercamiento, Diego Casas incorporó la idea del diálogo como parte fundamental de lo que para él significa la forma del ensayo, pues en el espacio del taller las conversaciones entre los participantes podían desbordarse con libertad más allá de los temas y lugares en donde fueron propuestos en un primer momento.
“El ensayo es eso”, insiste Diego Casas: “un diálogo, o al menos me gusta pensarlo así: como este diálogo con otro que muchas veces eres tú y que atraviesa el humor, lo emotivo, y reflexiona en distintas vetas. Entonces, aunque escribo otras formas y aunque el ensayo es tan dúctil y tan maleable, me gusta escribir adoptando formas narrativas. Me gusta pensar que todo es ensayable”.
En el entendido de que su escritura tiene que ver con el diálogo, Diego Casas hace mención de que “todo es ensayable” porque considera que cualquier idea puede mantenerse en el vaivén de quien dialoga incluso consigo mismo. Hacer que las ideas permanezcan en equilibrio dependerá de la intención, el interés y la curiosidad de quienes las formulan. En la escritura, tal vez también dependa también del estilo.
“Todo está dispuesto para que se pueda repensar”, continúa el escritor en entrevista, “incluso lo que parece más apretado, más conservador, todas las ideas, pues, son, están dispuestas para pensar y para repensarse: la misma escritura y todo lo que la misma escritura conlleva, la exploración y demás, el género mismo también”.
Para el autor de Humanomáquina, los libros editados por Tumbona Ediciones fueron clave para su llegada al ensayo literario. La lectura de autores como Guillermo Espinosa Estrada, Vivian Abenshushan, Luigi Amara y Verónica Gerber le proporcionaron una visión distinta del género, pues le mostraron un lado menos solemne y más creativo.
“Entonces, el ejercicio del editor es muy interesante”, expone: “es muy influyente en el rumbo que más tarde van a tomar los escritores más jóvenes (…) A mí me gusta Laura Sofía Rivero que, aparte de que es muy divertida, es una gran ensayista y es joven. Pienso en Adrián Chávez, que ganó el José Luis Martínez y también es muy divertido, pero también muy reflexivo, a la vez muy desfachatado, con un lenguaje muy cuidado pero con ideas que buscan renovar un poco el panorama”.
Diego Casas y el ensayo
Diego Casas Fernández considera que algo importante para su escritura ha sido su experiencia con el psicoanálisis, pues, así como ocurre durante sus sesiones, al inicio no sabe bien a dónde puede llegar. Es, de nuevo, en ese diálogo y contraposición de ideas, donde se revelan no necesariamente verdades contundentes, pero sí pequeñas luces que sugieren distintos caminos.
“Ahí encuentro otra forma de ensayo que alguna vez le escuché a Vivian (Abenshushan)”, explica el escritor en entrevista. “Ella decía que el ensayo para ella era como una sesión de psicoanálisis, en la que hablas y hablas, y de pronto llegas a un punto, pero otra vez, siempre con ayuda de alguien más, no en solitario, que es, más o menos, si lo ponemos en términos como escritores, pues es con y como lectores sobre todo: con ayuda de un libro que te guía”.
Es en esa misma similitud, esa búsqueda permanente, lo que para Diego Casas tiene como germen el acto de ensayar. De tal modo, más que como un género, lo encuentra en distintas formas y disciplinas artísticas, siempre que aspiren a mostrar la realidad de otro modo.
“Me interesa más el sustrato estético del género”, concluye el autor, “es decir, cómo la misma escritura ensayística no se limita de tan ambiciosa y noble y dúctil que es, no se limita a la literatura, sino que abre su espectro a más prácticas que son al mismo tiempo experimentos”.
‘Humanomáquina’, de Diego Casas Fernández, puede adquirirse en línea en librerías comerciales.