El horizonte, la línea que separa a la tierra del cielo, no existe en realidad, no es un objeto que podamos tocar; pertenece, en todo caso, a los ámbitos de la percepción y la representación. Y en algo se parece a la utopía: en que jamás podremos llegar a él, por más que caminemos.
Bajo estas ideas, el artista Luis Felipe Ortega (Ciudad de México, 1966) realizó una serie de obras que desde el sábado 5 de febrero pueden verse en el Museo Amparo como parte de la exposición “…y luego se tornará resquicio”, curada por Daniel Montero, en la que desde ámbitos como lo plástico, la fotografía y la escultura se explora el concepto de horizonte.
Fue en 1998, hace más de veinte años, cuando el artista comenzó a interesarse, casi obsesionarse, por este asunto, primero por la representación que hicieron del horizonte artistas decimonónicos como J.M.W. Turner y Caspar David Friedrich, y después por conceptos filosóficos como la “levedad”, según la entiende Italo Calvino, la utopía, y las “heterotopías” de Foucault.
“En el caso de Turner”, explica Luis Felipe Ortega en entrevista con LUMBRERAS, “empieza a desvanecer, en términos de representación pictórica, el horizonte. Lo lleva a un punto de abstracción muy sofisticado, muy alto. Por otro lado, de Caspar David Friedrich me interesaba el asunto de la escala: cuando aparece el horizonte y algún otro objeto, por ejemplo, un barco o una montaña, estos sujetos aparecen como en micro dentro del paisaje”.
Desde entonces, el artista comenzó algunos proyectos que consistían en obtener, ya sea desde la fotografía, el video, el dibujo u otras técnicas plásticas, representaciones del horizonte. Uno de estos proyectos fue la pieza “Before the horizon”, que se presentó en 2006 en Bélgica.
“El otro concepto que me interesaba mucho, a partir de Foucault”, continúa el artista, “es el de las heterotopías: ese espacio y tiempo que tiene una brevedad muy acotada. Me parecía que eso sucedía al estar frente al horizonte: hay que estar muy atentos para aprehenderlo, porque se va a ir. Comencé a jugar con muchos medios, como el video, la fotografía, así como con recursos muy inmediatos, y de ahí con la geometría: cómo plantear una idea de horizonte que ya no fuera ni una representación fotográfica ni con video”.
Lo escultórico, no la instalación
La primera pieza de la exposición, “Espacio abierto”, que puede apreciarse precisamente en el vestíbulo del Museo Amparo, es un prisma (no es un cubo estrictamente) de marmolina pintado de negro, sobrepuesto a unos centímetros del piso. Sus dimensiones son irregulares intencionalmente, de manera que sea percibido de manera distinta según el espacio del museo desde donde se le mire.
En la primera sala ya propiamente de la exposición, otro duro prisma rectangular similar, pero este suspendido, asegurado desde el techo, hace su aparición.
Luis Felipe Ortega pertenece a la generación de los artistas contemporáneos que comenzaron a exponer en los años 90, cuando el concepto de “instalación” estaba en boga y podía definir a casi cualquier obra de arte conceptual tridimensional, sin importar su naturaleza. Sin embargo, en años recientes este artista ha decidido abandonar dicho concepto y transitar hacia el de escultura.
“Empecé a reconocer obras”, dice el artista en entrevista, “en las que había algo que me molestaba de manera muy contundente, y es que todos los materiales y los objetos, todo, estaba previamente cargado a nivel simbólico: una ropa, una piedra, algo que entraba ahí, ya estaba cargado simbólicamente. Por otro lado, esto permitía que no se abordaran de manera dura los problemas que tienen que ver con el espacio, con el volumen, con la relación con el cuerpo, con el peso, y me parecía engañosa y tramposa la manera en que el concepto se estaba utilizando”.
Luis Felipe Ortega comenzó a estudiar la obra de otros artistas, como Bruce Nauman, Donald Judd, Robert Smithson y el brasileño Cildo Mireles, y encontró que, aunque estos partían desde nociones del arte contemporáneo, desarrollaban también aspectos del trabajo escultórico de manera muy profunda.
Así, el artista no sólo comenzó a trabajar sus propias piezas tridimensionales tomando en cuenta aspectos escultóricos como el volumen y el peso, sino que entró en una discusión con académicos con respecto al concepto de “instalación” que lo hicieron ir alejándose, cada vez más, del término.
“Ya nunca entendía a qué se referían con ello”, dice, “era como no decir nada. Empecé a dejar de utilizarlo para referirme a mi trabajo, y eso me permitió ser más duro en relación a estos otros aspectos. (…) No hay nada a priori que salve a las piezas, no hay nivel simbólico que dé cuenta de que la pieza está resuelta en el espacio”.
Piezas en retardo
La última pieza de la exposición, titulada “Horizonte invertido”, es una intervención con grafito en las cuatro paredes de la sala que permiten ver una línea blanca, a manera de horizonte, a la altura de 157 centímetros, donde se ubica el campo visual del artista.
Luis Felipe Ortega enfatizó, durante una rueda de prensa virtual previa a la inauguración de la exposición, que esta pieza logró realizarse con base en puras líneas de grafito “sin frottage“. Para el artista, resolver las piezas de ciertas maneras, sin recurrir a atajos técnicos, tiene su importancia y sentido.
“Tal parecería que los procesos matéricos en el arte contemporáneo”, explica en entrevista con esta revista digital, “o se redujeron a nada, o a una cuestión meramente técnica. No estoy en contra de lo técnico… pero a resolver a partir de aspectos técnicos lo más pronto posible. Me parece que eso ha vaciado a las piezas de cierto tipo de problemáticas que son intrínsecas al arte en general y al arte contemporáneo en particular”.
Luis Felipe Ortega recuerda el famoso “Gran vidrio”, de Duchamp, que llevó al menos quince años para su elaboración y que el mismo artista llegó a llamar “un retardo en vidrio”.
“El asunto de generar un retardo”, dice el artista, “incide en el problema del tiempo. Yo puedo resolver una pieza, con cierto tipo de recursos, en nada, con un rasero, de una pasada, y eso tiene una carga y una información particular, pero es una tinta serigráfica, no es acrílico, es otra cosa, requiere otro proceso técnico (…) Yo puedo dibujar un horizonte con lápiz o con acrílico u óleo, y la naturaleza de los materiales es resolverlo pronto. Yo me fui hacia la línea como esta unidad que me obligaba a sumar: con cada línea tenía que decidir a dónde iba en términos de suma, y eso implica un tiempo muy largo”.
Luis Felipe Ortega dice que toma su tiempo en cada pieza, la observa detenidamente, y no importa si sabe de antemano que le llevara mucho tiempo concluirla, pues “quiero que el tiempo que yo estuve frente a ese papel, con esos recursos, incida en la condición final de la pieza. Hay un tiempo que está reposado ahí, no encapsulado, porque no está atrapado, y estoy seguro que eso le da una naturaleza particular a las obras”.
Otra pieza que se realizó bajo la misma noción es el tríptico “Horizontes”, que se trazó con puntos hechos con la punta de la plumilla de tinta china, de nuevo hechos uno a uno, sin atajos ni trampas.
Diálogo con la literatura
Otras piezas presentes en la exposición “…y luego se tornará resquicio” son una serie de fotografías de horizontes intervenidas con líneas negras en acrílico. Todas estas llevan como título “Sobre la noción del tiempo en…”, seguido de nombres de escritores como Mishima, Borges y Guimarães Rosa.
Con estas piezas, Luis Felipe Ortega buscó la manera de hacer dialogar su trabajo artístico con algunos de sus escritores predilectos, sin hacer ilustraciones evidentes de su obra.
“Son escritores por los que tengo una tremenda obsesión”, explica el artista, “y que han sido mis compañeros de viaje por décadas. Siempre tuve la intención de hacer una especie de refrendo y vínculo con ellos, pero que evidentemente no fuera una ilustración”.
El artista recuerda, por ejemplo, cómo Borges abordó el tema del tiempo, tanto en el ensayo “La nueva refutación del tiempo” como en sus cuentos “El aleph” y “El libro de arena”, en los que desarrolló la idea de que este, más que lineal, es simultáneo.
“Yo trataba de jugar con ello. No quería hacer un ensayo sobre Borges, ni ilustrarlo, sino, en realidad, esta idea del tiempo en Borges cómo la puedo emplazar a una pieza donde yo asumo cínicamente que eso tiene que ver con un problema del tiempo en Borges”.
Para el artista, los títulos de las obras son herramientas que permiten pensar en ellas desde puntos de vista específicos, lo cual amplía sus posibles sentidos.
“…y luego se tornará resquicio”, que contiene 33 piezas, varias de ellas realizadas in situ y ex profeso para las salas del Museo Amparo, permanecerá hasta el 23 de mayo. Un videoperformance, que se podrá ver en línea, se agregará a la exposición el 11 de febrero. Hasta el momento, el Museo Amparo mantiene su entrada gratuita.