No quiero ser polvo, el nuevo largometraje de Iván Löwenberg, puede definirse como un drama de personaje aderezado con algunos elementos de ciencia ficción que ayudan a acentuar la psicología de la protagonista, una mujer que padece el llamado “síndrome del nido vacío”, concepto que refiere a la soledad que los padres llegan a sentir cuando alguno de sus hijos abandona el hogar.
El segundo largometraje del cineasta mexicano sigue a Bego, una mujer cercana a la tercera edad que se siente invisible ante su familia y trata de encontrar una actividad en la que se sienta útil e importante. Ante esto, las clases de meditación a las que acude asiduamente funcionan como su válvula de escape.
La interpretación de Bego Sainz —la madre del director, quien da vida a la protagonista del filme—resulta orgánica, pese a que previamente no se desempeñaba de manera profesional en la actuación y debió tomar cursos intensivos en línea para lograrlo. El relato, por su parte, fluye sin tropiezos narrativos y logra enganchar a la audiencia gracias al buen planteamiento del viaje emocional de su protagonista.
En una extensa charla con LUMBRERAS, Ivan Löwenberg explicó el detonante autobiográfico de su historia más reciente: en su infancia, en los años noventa, sus padres se convencieron de que llegarían tres días de oscuridad gracias a las teorías conspirativas que les eran infundidas en los grupos esotéricos a los que acudían.
Años después, el realizador decidió escribir un guion basado en dicha experiencia y, por azares del destino, la película quedó contextualizada en la pandemia de covid-19 pues se filmó tan pronto como cesó el semáforo rojo en México. Además, la propia madre de Löwenberg interpreta a la protagonista de la cinta —personaje que está inspirado en ella misma— y el propio Iván interpreta al hijo de Bego, lo que da a la cinta un fondo metaficcional inusitado.
Löwenberg destacó en entrevista con esta revista digital las reacciones positivas hacia su nueva película, en especial aquellas de integrantes de las personas que rondan los sesenta años de edad, quienes se ven reflejados en el dilema existencial de Bego.
No quiero ser polvo puede verse el 24 de enero a las 17 horas y el 27 y 31 de enero a las 19 horas en la cinemateca Luis Buñuel de la Casa de la Cultura de Puebla (5 Oriente 5, Centro); así como el 25 de enero a las 18 horas en MUSA Cultura Visual (2 Oriente 809, Centro).
A continuación puedes ver la entrevista íntegra de LUMBRERAS con Iván Löwenberg. Si lo prefieres, puedes leerla a partir del próximo párrafo.
LUMBRERAS: Iván, está por empezar esta gira de proyecciones en México de tu película “No quiero ser polvo”. Hace rato leía una entrevista que le diste al IMCINE, y ahí cuentas un poquito sobre el origen de esta historia, sobre todo de la historia que se cuenta en la película, que tiene una una base verídica, un poco de algo que sucedió con tu mamá. Si quieres empezar por ahí, contándonos de dónde se origina esta película, el proyecto; de dónde se origina la historia que se cuenta en esta película.
Iván Löwenberg: Sí. No quiero ser polvo tiene su raíz en esta anécdota familiar por ahí de los noventas, cuando yo tenía unos ocho años, 93, 94. En el grupo de amistades que frecuentaban mis papás en su vida diaria, que era muy new age, toda mi infancia fue muy así, de ir a meditar a las pirámides y demás, de pronto empezó a circular este rumor de que venían los tres días de oscuridad, y se lo compraron por completo, y nosotros, mis hermanos y yo, como niños, pues más. Ya finalmente, obviamente no pasó nada, pero, cuando decido escribir la historia, ya era más o menos 2010, 2011, que vuelve a circular esta teoría de los días de oscuridad, como que me destapa el recuerdo, y digo “tengo que retomar más o menos esa anécdota”. Y coincidió con otras personas aquí, que estaban en Ciudad de México haciendo campaña de que venía el fin del mundo. No eran teorías relacionadas, era otra teoría que decía que el fin del mundo iba a suceder, no sé qué, pero te abordaban con muchísimo entusiasmo en Reforma y demás. Me los encontré dos o tres veces. Y ahí fue un poco la pregunta de tratar de hacer una historia, de un personaje que en el fondo desea que una catástrofe de este nivel, el que se anuncia, suceda. Entonces, ¿qué puede haber detrás de alguien para que una cosa con esos posibles impactos les emocione en vez de que les aterre?
LUMBRERAS: En ese sentido, Iván, ¿tú consideras que “No quiero ser polvo” ayuda a visibilizar y a retratar el sentir de este sector de la sociedad mujeres entre 55, que se acercan a los sesenta años, y que, ya viendo la película, se sienten como invisibilizadas? ¿Tú crees que sí retrataste este sentir? ¿Y qué te dicen las personas de este sector de la sociedad que han visto la película?
Iván Lowenberg: Sí. Lo que sí hemos detectado es que, depende un poco el grupo de edades, tampoco creas que hicimos un estudio de públicos así tal cual que nos digan todas sus reacciones, pero de lo que me he llevado en las funciones de festivales o en las que me ha tocado estar, creo que sí genera un impacto mayor en el grupo de la tercera edad, y en mujeres mucho más. Sí, ha sido así: la conversación se torna en otro sentido, siempre. Muchas empiezan a sentir identificadas, no solo mujeres, también hombres ya jubilados que de pronto se dedicaron cien por ciento al trabajo. A lo mejor lo viven distinto, pero llega un momento donde también se empiezan a sentir invisibles para los hijos, o a lo mejor no tienen hijos, no están casados, pero justo qué propósito tienen, cómo pueden llenar esta nueva etapa y el miedo a no haber generado ningún impacto en la vida de los demás. Hacia allá se ha tornado. El público tendrá la última palabra, pero creo que sí ha habido mucho mayor identificación con la película en este grupo específico: mujeres mayores de cincuenta a 55 años, que empiezan a experimentar el “nido vacío” o que dejaron suspendidos quizás muchos de sus proyectos por el bien de lo que ellas creían que iba a ser su motor de vida, todo el tiempo, hasta la muerte, que es casi siempre los hijos o el marido y demás. Entonces, cuando eso no está, empiezan a preguntarse: “¿ahora qué voy a hacer y qué voy a hacer para mí? Entonces, creo que sí, pero, bueno, el público siempre tendrá ahí la última palabra.
LUMBRERAS: Y cuéntanos, Iván, un poquito por qué decidiste ubicar la historia durante la pandemia de covid-19, porque a mí me parece que se da este doble juego muy interesante entre todas estas teorías de la conspiración o pensamientos new age que invaden a estos personajes, pero justamente en la pandemia fue el caldo de cultivo para que muchos de estos discursos proliferaran, y muchas personas nos creímos cuanto cuento se dio en ese momento, tanto de un lado como del otro. Cuéntanos un poco por qué decides que esta película ocurra durante la pandemia de covid-19.
Iván Löwenberg: Fue un poco azar porque, como bien dije, lo escribí en 2011, 2012, ya tenía el guion final, pero obviamente lo adaptamos a las circunstancias reales que estábamos viviendo. La película se filmó posterior al semáforo rojo. En la primera semana de semáforo amarillo ya estábamos filmando. Toda la preproducción fue en Zoom, muy pocas reuniones en equipo y siempre separados, porque era una película muy independiente, no teníamos dinero por si (ocurría) algo. Si alguien se contagiaba, no íbamos a poder retomar el rodaje. Era un rodaje con un presupuesto hiperlimitado, no muy limitado, (sino) hiperlimitado. No había prácticamente margen de error, tenía que ser todo súper planeado. De hecho, hubo reducciones en ciertas partes del guion para poder lograrlo en los días que podíamos cubrir. Esa era la naturaleza del rodaje y, como yo no sabía qué iba a suceder posteriormente en relación a la pandemia, tampoco quería negar que estaba existiendo mientras la filmábamos. No era así de “neguemos totalmente la pandemia”. Se me hacía un poco absurdo, y más en la naturaleza en la que estábamos. Entonces, dejé esta cuestión de los cubrebocas, por ejemplo, que en su momento ya empezaba a haber: ya ves que todos nos peleamos. Ya empezaba a haber la discusión de que sí sirve el cubrebocas o si te da hipoxia por usarlo mucho. Y que no existe el virus, sí existe. Justo empezaba un poco esto de en qué vamos a creer. Ya empezaba un poco la temática de fondo de la película, también estaba sucediendo en la vida real. Fue una de las decisiones: qué vamos a hacer. Por ejemplo, en cuanto a extras, los que están ahí, como no había para pruebas covid para los extras, los extras iban a estar en las escenas que salen, que eran además cinco o seis extras, no había muchos, siempre con cubrebocas, todo el tiempo, adentro y fuera de cámara. Fue un poco uno de los juegos creativos que utilizamos para retratar lo que ya estaba sucediendo: gente en contra del cubrebocas, gente a favor del cubrebocas. Independientemente de en qué cosa crean, ya había esa discusión. Y lo que sí sucedió en la infancia, cuando nosotros lo vivimos en los noventas, mucha gente del crew creo que empezó a entender. Mucha gente del equipo que no había pasado por una cosa así, al estar en la pandemia, creo que empezaron a sintonizar mucho mejor con la película en cuanto a qué se vive, qué hace la gente en un momento de no saber distinguir o no saber qué creer, porque somos incapaces por la cantidad de información, de distinguir o de poder cotejar: esto sí es, esto no es. Esa cuestión creo que finalmente también impactó al resto del equipo creativo para aportar desde un mejor punto de vista o ya sabiendo cómo es, pasar por ahí y empezar a aportar creativamente.
LUMBRERAS: Y justo, Iván, no sé si coincidas conmigo, este contexto pandémico también ayuda a acentuar el estado emocional de la protagonista, y también este ambiente como apocalíptico y por lo que tú querías retratar.
Iván Löwenberg: Sí, a mí me han preguntado, y viene el caso ahorita, porque me han preguntado que si yo, por ejemplo, pensaba la película como una película de ciencia ficción o apocalíptica. Cuando viví los días de oscuridad en los noventa, era un fin del mundo muy cotidiano, seguíamos yendo a la escuela, con el temor de que pudiera suceder, pero como el plano de que finalmente la escuela está como a quince kilómetros, si es algo que se camina, como ya estaban previstas ciertas cosas, y era un fin del mundo cotidiano. Había tormentas eléctricas que nosotros asumíamos como señales de que estaban por suceder las cosas, aunque son tormentas eléctricas seguro comunes y corrientes como las que ha habido siempre. Había este sentir cotidiano de un posible… no de un fin del mundo, pero una transformación que sí podría ser el fin del mundo, por lo menos de tu vida, porque hablaban de cosas que dices: “bueno, si esto sucede, pues sí, podríamos morir ahí”, en temblores, terremotos, todo lo demás. Entonces, siento que en la pandemia había esa sensación, no sabíamos qué iba a ocurrir, de pronto una nueva cepa: “uy, va a ser más agresiva o no”. Y de pronto había familias que corrían con la mala fortuna de que toda la familia se enfermaba y no todos lograban pasar. Había familias donde el virus pasaba sin más, pero en otras familias varios miembros se van ahí en una sola semana o en dos. Este miedo de no saber por un lado parecía algo menor, porque seguías viendo más o menos la vida ocurrir afuera, la gente medio yendo a trabajar con cubrebocas, pero luego llegaba la noticia de la nueva cepa, que ahora sí esta estaba peor, y sí vives con esta incertidumbre. Entonces, siento que sí. En resumen a tu pregunta, creo que sí.
LUMBRERAS: Iván, para esta película tomas la decisión de que fuera tu propia mamá quien interpretara el personaje principal. Tú también interpretas al personaje que, digamos, está basado en ti mismo, el personaje que en la realidad serías tú mismo. Es una decisión un poco radical. Hay directores que suelen hacerlo así, que utilizan personas que interpretan personajes que están muy basados en sí mismos, pero, ¿cómo fue este proceso?, ¿cómo convenciste a tu mamá de hacerlo?, ¿cómo se metieron en este papel, tanto tú como tu mamá?, ¿y qué ocurrió en el proceso de interpretar personajes muy parecidos a ustedes mismos?
Iván Löwenberg: Mi mamá, ya había trabajado con ella en un ejercicio de la universidad muy menor. Nada más ella y yo, no había todo un crew alrededor, pero cuando mostré el trabajo, a la gente sí le había gustado, dijeron: “¿quién es la actriz?”. Y yo les decía que mi mamá. Yo sí le veía esas facultades histriónicas, la verdad, desde antes, solo que la incorporé en el proyecto ya casi hasta el final, porque en un inicio yo quería filmar la película con fondos públicos, productores, presupuestos y demás, y sabía que no iban a querer, porque es una película muy de personaje, y que el riesgo de una debutante era muy grande, y que iban a querer rostros famosos, entonces yo nunca le había hecho bien el ofrecimiento a mi mamá. Ella sí me había dicho, como me veía batallar con el presupuesto, que por lo menos, si ella actuaba, pues no cobraba, medio de broma, pero no. Ya cuando empezó la pandemia y sabíamos que las condiciones iban a ser sin los grandes fondos que yo había imaginado y que un poco estaba en mí esa decisión, fue que ya le dije “má, pues si quieres, es el momento, yo creo que sí lo puedes hacer”. A ella ya le dio un poquito de miedo en ese momento, pero hizo un taller intensivo con una amiga actriz, que es Keyla Wood, a distancia, ella desde Los Ángeles, pero le dio como una inmersión de una semana de cómo trabajar el guion, cómo aproximarse, cosas que suceden en el set, y ya luego empezamos a trabajar. A los dos días yo sentía que ella ya fluía muy bien en el set y que estaba entendiendo las dinámicas. Había un poco esta cuestión, al inicio cuando platicaba con ella, de las diferencias entre Bego de la vida real y Bego ficción, porque había cosas de: “no, eso como que siento que yo no lo haría, o lo haría tal”. Sí, en la vida real tenemos muchas horas para observarte, pero en la ficción tenemos ochenta minutos u 85, y hay que acotar, transformar y hacerlo de otra forma, empezar a distinguir entre ficción, personaje ficcionado y real. Pero, una vez que lo cachó, todo fluyó. Yo originalmente no planeaba a actuar en la película. Es una coproducción con Argentina, entonces originalmente iban a viajar un padre e hija argentinos, también en la vida real, pero son actores argentinos. Patricio y Paloma Contreras se llaman. Pero, por pandemia, era muy complejo viajar de Argentina, y los gastos que implicaba de pruebas covid, aislamiento, todo eso que no teníamos, entonces decidimos que mejor el presupuesto argentino se usara únicamente en posproducción, que ese dinero ayudara a que la post avanzara por lo menos un cacho, y no gastárnoslo en aviones, hoteles y cosas del estilo. Fue como decidí que me meto yo a actuar. Modifiqué un poco el personaje. La hija no era una cineasta, era otra cosa. Y decidí, pues ya, un poco también autoparodiarme, parodiar la situación de muchos de nosotros que nos dedicamos al cine. Es un poco insoportable el personaje, quizá, pero ya decidí jugar con eso, y mi mamá también se sintió cómoda en que yo actuara con ella. De hecho, las primeras escenas que filmamos con ella fue ella sola en la casa, y yo fui el segundo en entrar a interactuar con ella, para ir rompiendo el hielo y que se fuera sintiendo cómoda, y al verme a mí también ahí entrándole al juego, ella también se sintió con más confianza de actuar. Una larga respuesta, pero ese fue el proceso.
LUMBRERAS: Oye, Iván, y justamente hablando de Bego Sainz, ¿cuál crees que es su principal virtud como Bego-ficción en esta película, “No quiero ser polvo”? ¿Y tú la propondrías, lo inscribirías para que participe en todas las nominaciones posibles a mejor actriz?
Iván Löwenberg: Yo siento, y no es nada más mi sentir. Obviamente, yo soy su hijo y tengo otra información en la cabeza, pero sí veo que ha sido muy bien recibida por el público y la crítica su actuación. De hecho, cuando nos tocó presentarnos en distintos festivales fuera de México, la gente asumía de entrada que es una actriz veterana de México que no conocen pero que seguro en México lleva muchas películas. Ha tenido muy buen recibimiento, y creo que lo que más les gusta es la naturalidad de su actuación. La sienten muy natural, muy genuina, y la gente se identifica mucho. Es común que dicen: “tengo una tía, mi mamá es así”. Como que sienten que es muy cercana, y creo que ese es uno de sus puntos fuertes. Yo, como hijo, sabía que tiene una facilidad para colocarse en las emociones. Mi mamá, cuando te platica algo, aunque haya sucedido hace cuarenta años, te lo platica como si lo estuviera viviendo en ese momento. Sé que es fácil para ella ponerse en situación, pero la naturalidad es de lo que más ha gustado de su interpretación. Y sí, en los premios que toque inscribir la película, obviamente esperamos que sea bien recibida. Ella ya ahorita recibió propuestas oficiales para colaborar. Justo ahorita que todos los cineastas andamos haciendo carpetas para películas, ella ya va a estar en por lo menos una de esas carpetas. De ahí a que se filme, es otro tiempo, y esperemos que se logre, pero ya tiene propuestas oficiales. Ya firmó cartas de intención y todo. Estamos muy contentos, porque sí es algo que le gustó hacer, que quiere seguir haciendo, y se está dando. No nada más fue el recibimiento yo como hijo, a ver en dónde la meto en mis proyectos, ya la están buscando de fuera y eso a mí me da un gusto enorme.
LUMBRERAS: Y ya por último, por mi parte, te pediría que nos comentaras un poco sobre el recorrido que ha tenido la película. Nos comentabas que ha estado ya en algunos festivales, ya esta semana se puede ver aquí en Puebla en la cinemateca Luis Buñuel. Tiene algunas fechas programadas para la próxima y en otras ciudades del país. Cuéntanos un poquito del recorrido que ha tenido la película en cuestión de proyecciones y cosas así, y qué es lo que le falta todavía a la película por vivir, porque apenas es una película que estamos conociendo. ¿Qué es lo que todavía le falta a “No quiero ser polvo“ en su camino?
Iván Löwenberg: El primer gran paso que dio la película y que no esperábamos en lo absoluto fue el Festival del Cairo, que es uno de los quince festivales denominados A y es el más viejo de esa región, el Medio Oriente. Era un rodaje súper chiquito y austero, y de pronto vernos en esas alfombras rojas gigantescas, que hacen un magno evento en la Casa de Ópera de El Cairo, fue algo que no nos había atravesado por acá y que fue muy padre. Ya ha estado en Estados Unidos. Ya había tenido un estreno comercial en Argentina. Se estrenó hace casi un año allá. Estábamos muy impacientes en que ya tuviera un estreno comercial acá (en México), que se está dando ahorita. Pero justo la estrategia de estreno ha sido distinta a la común, donde normalmente llegas a un montón de salas y luego vas perdiendo salas hasta que quedas en dos o tres. Entonces, ahorita empieza un poco la fase de gira por decirlo de alguna forma, donde vas llegando a distintos cines independientes de la República, y será un proceso de dos o tres meses de llegar a cada vez más estados en cines independientes o cinetecas o cinematecas, como es el caso de Puebla, y estar recibiendo invitaciones, que funciona un poco más así, no es como los cines de las cadenas comerciales. Sí se hace la propuesta, pero muchas veces llega la invitación del centro cultural o del cine por poner tu película. Esperemos que podamos tener un recorrido de unos tres meses y llegar, no sabemos si a todos los estados de la República, por lo menos una ciudad de cada estado sería nuestro ideal. Posteriormente todavía no hay nada firmado, pero depende mucho también de cómo nos vaya ahora en cines, que hasta ahorita ha sido una muy buena recepción, pero esperemos que pueda llegar alguna plataforma para que pueda llegar a todos esos lugares donde no pudimos vía cines.