El Árbol Torcido (bulevar Atlixco 4303, Antequera Las Ánimas) posee una peculiaridad entre los foros culturales independientes de la ciudad de Puebla: su evidente acento en la danza. Reabierto en marzo de 2022 tras un largo cierre provocado por la pandemia de covid-19, este centro cultural, que ha abierto sus puertas a decenas de expresiones dancísticas diversas provenientes de distintos puntos de México y de otras latitudes, se ha convertido en referente obligado para esta disciplina.
En esta larga entrevista concedida al periodista cultural Óscar Alarcón para el portal NEOTRABA, la bailarina Laara Isha explica cómo El Árbol Torcido, del que es fundadora y directora, constituyó el lugar para desarrollar su búsqueda estética en periodos en que su reflexión política le exigía ampliar los límites de su práctica artística.
Además, la artista escénica habla sobre el estado de la danza en Puebla, la dificultad de los ejecutantes de estas disciplinas para encontrar espacios de exhibición y profesionalización, y de cómo El Árbol Torcido ha sido el espacio para que ella y otros artistas desarrollen su potencial escénico.
LUMBRERAS reproduce esta entrevista íntegra con la autorización expresa de NEOTRABA y de su autor, Óscar Alarcón. Te invitamos a abrir este enlace para conocer la entrada original y navegar por todos los contenidos de la revista digital NEOTRABA.
Óscar Alarcón: ¿Cuál fue tu experiencia profesional para que quisieras revivir un proyecto que ahora se transforma en Árbol Torcido?
Laara Isha: Yo era feliz en la danza oriental. Era feliz al interpretar a una bailarina alegre, porque es justo eso: sales con un vestuario de dos piezas —muy brilloso— a interpretar danzas del pueblo; tiene que ser así porque las canciones hablan del amor o hablan del dolor. Son muy del pueblo, del festejo.
Llegué a un punto en el que empecé a explorar distintos movimientos —como una necesidad personal— y descubrí que lo que quería decir ya no era congruente con lo que desarrollaba en la danza oriental. Creo que eso viene desde antes.
Esa transición me llevó a despedirme, poco a poco, de esa bailarina tradicional hasta el punto de quedarme totalmente en el limbo por no entender a dónde pertenecía mi lenguaje, porque no se trataba de una danza contemporánea —hablando de lo contemporáneo en la academia—; no es una danza butoh ni es una danza oriental. Es algo que surgió de una necesidad, de una exploración con tendencia butoh y que después, la directora de mis exploraciones, Irma Juana, ya las estaba haciendo y eso me llevó a encontrar incongruencias: “No puedo enseñarles a mis alumnas algo que ya no siento en mi cuerpo. ¿Cómo les explico un baladí —que es una danza popular árabe— si ya no creo en eso?”. Ahí empezó esa muerte simbólica.
Fue un punto en el que dije: “Me lo tengo que replantear, ya”. Cierro la escuela, dejo de creer en el programa que había desarrollado y me doy cuenta de que estaba creando una metodología que iba en contra de la esencia de la danza oriental: no puedes estructurar una danza que viene totalmente de la recreación del pueblo y meterla académicamente.
Empecé a cuestionarme muchas cosas para, finalmente, darle la vuelta y decir: “Bien, ya no creo en eso, entonces ¿quién soy? ¿Qué tengo que hacer? ¿Cuál es mi forma de expresión?”. En esas exploraciones empezaron a salir energías que ya no eran mías.
Empecé a moverme sin la alegría de Laara Isha, la brillosa, sino con “El dolor de Ayotzinapa”, “El dolor de las mujeres violadas, de feminicidios”, el dolor de lo que veo en la sociedad. Creo que esa conciencia fue lo que me ayudó a resurgir y a reafirmarme.
Cuando entro al espacio y empiezo a explorar, encuentro la dificultad de seguir en esas exploraciones, porque si bien hablas de ese dolor también es desgastante. Llegué al punto de no encontrarme, de decir “Ya pasé de la etapa de mi energía alegre a esta que es mi protesta a través de mi cuerpo”. En el proceso cierro los ojos y empiezo a bailar, pero no soy Laara, soy un cuerpo violentado. Soy muchos cuerpos. Fue agotador y dejé de bailar mucho tiempo hasta que encontré este lugar y entendí que quizá necesitaba un refugio para volver a mí, volver a encontrar estos espacios de acercarme a la danza oriental porque es mi raíz. Ahora tengo el espacio seguro para crear —de manera más disciplinada— a esto que estaba sucediendo y aferrarme a la disciplina: “Quiero un espacio donde yo pueda meterme al trabajo, ver cómo colgar cosas, cómo poner toda la parte creativa y desde ahí, proponer”.
Óscar Alarcón: El discurso se vuelve más político. Noto que los años de juventud tienen que ver con el amor, con pulsiones más vitales, pero cuando hay un proceso de maduración los temas tienen que ver con una reflexión sobre la danza. ¿Cómo se desarrolló la toma de conciencia de que ciertos lenguajes funcionaban para determinada época, pero ahora ya no te alcanzan?
Laara Isha: Hubo lecturas. A mí siempre me ha rescatado la poesía y el universo que despierta a nivel onírico, a nivel vivencial. Es parte de darle la oportunidad para abrir la conciencia.
Quizá me hubiera acomodado a la rutina de las clases de danza tradicional y me habría quedado contenta y feliz, pero creo que fue también la misma información que mi cuerpo sostenía con mi entorno. No me podía sentir tan ajena.
Sabía que la percepción constante del afuera me afectaría en el cuerpo y llegaría a un punto en el que, con las lecturas, bailar con otros bailarines —que me servían de inspiración—, me propondría contenidos en los que dijera: “Claro, ahí me reflejo”. Tarde o temprano el cuerpo iba a explotar y a comunicarlo.
Ahora estoy en una reconciliación con mi ser escritora, bailarina de danza oriental, exploradora y siento que todo parte de la creación. Me sirve para aportar un legado.
Hacerme un ser consciente no es un capricho, es una necesidad de desprogramarme, vaciarme para entonces, a través de todas las cosas que embellecen mi realidad —como la poesía, como otros bailarines, el cine o la literatura—, tener un discurso distinto.
Óscar Alarcón: ¿Qué ocurre con la danza en Puebla?
Laara Isha: Ahora que tengo la oportunidad de estar con Árbol Torcido me doy cuenta de otras cosas y que no diría tanto como ejecutante, pero hay fuga de talentos. Esto no es nuevo, hay mucha gente joven, de otras partes de la república, que viene a estudiar, pero no se queda porque no hay una plataforma de profesionalización; en el caso de la danza tenemos tres universidades, pero no hay ninguna compañía estatal.
Para las compañías independientes de ejecutantes es difícil porque implica que pudieras pagarles a tus bailarines, recibirles en un horario específico y en un lugar decente, digno para trabajar para evitar que se lesionen.
Se requiere de inversión, además de buscar sitios en donde puedas presentarte porque si vamos —otra vez— a enumerar los espacios aparecen el Teatro Principal, el Teatro de la Ciudad, como referentes, pero tenemos una deficiencia de espacios para la profesionalización.
La única plataforma que te queda como estudiante de danza es la docencia. O que te vayas. O que tengas los recursos económicos para crear tu propio espacio.
Hay muchos bailarines a los que han becado para que estudien en otras partes del país o del extranjero. Siento que hacen falta espacios para profesionalizar la danza.
Óscar Alarcón: ¿En Puebla hay prejuicio sobre los ejecutantes varones?
Laara Isha: Ya hay más bailarines, pero todavía queda un poco de prejuicio. Esto depende de lo que esté pasando a nivel mundial y las danzas urbanas que llevan bailarines a los escenarios; el movimiento ya no es femenino ni masculino. Los movimientos tienen la misma carga energética, la misma velocidad y no tienen una carga en la que se diga que, siendo hombre, debas ponerte cierta ropa o que siendo mujer no debas ponerte la ropa que está rota. Hay más chicos haciendo danza.
Óscar Alarcón: ¿En este momento buscas que Árbol Torcido sea un espacio completamente independiente sin apoyo del gobierno?
Laara Isha: Conozco otros espacios independientes que reciben apoyos del gobierno y no lo veo mal. Creo que en este momento de mi vida me toca estar así, estoy muy bien con la bandera de espacio independiente. Estoy tratando de hacer un movimiento en comunidad, con todo lo que eso implica.
El proyecto lo estoy pensando por etapas para crear currículum y, después, aspirar a patrocinadores. Estoy tratando de entender la etapa por la que estoy atravesando para entender el movimiento del espacio.
Óscar Alarcón: Estuviste en España y desarrollaste danza que tenía que ver con feminicidios, con temáticas dolorosas pues por mucho tiempo se ha violentado a la mujer. En esencia, ¿cuál fue la línea temática con la que participaste?
Laara Isha: Fue una invitación para participar en un festival para hacer cosas presenciales después de la pandemia. Fue el pretexto para reconciliarme con esa parte y encontré un movimiento bastante agradable.
Yo hice a Isadora Duncan, tiene una historia familiar muy personal. Me identifico con la rebeldía de hacer danza libre, dejar que el cuerpo se exprese. Como te decía, fue una reconciliación.
Aproveché el viaje para ver espacios independientes y saber cómo se movían. Me enteré de que los bailarines independientes de allá —como aquí— tienen que buscar los espacios. Pagan para que les abran los teatros. Hay subsidios y apoyos, pero se los dan a los movimientos académicos.
Coincidí con un festival que se llama Metrópoli, el cual tiene propuestas desde el flamenco, no de la fusión, sino propuestas de movimiento con el flamenco. Me llamó la atención porque dije: “Ah, mira, estamos hablando de algo similar”.
Óscar Alarcón: Pienso en el disco ‘Motomami’ de Rosalía, en donde hay una experimentación muy cercana al reguetón con el cuerpo. Siento que hay un discurso político con el cuerpo que nos permite la inclusión.
Laara Isha: Me parece una puerta para reconciliar tu feminidad con tu masculinidad, siempre lo he visto así: la apertura de lo masculino y lo femenino en los cuerpos. Eso también es muy poderoso y muy importante para las minorías porque así pueden encontrar un espacio en el cual refugiarse.
Creo que algo importante del movimiento es que te reivindique, que el movimiento nos permita acceder a información más allá de lo que escuchamos o de lo que nos dicen que debemos ser.
Óscar Alarcón: ¿Cuál es la importancia de un lugar como Árbol Torcido para Puebla?
Laara Isha: Ofrecer un espacio digno para el público y para el artista; que se puedan presentar las obras y presenciar en la intimidad. No me interesa ser un referente ni me interesa que lo pongan de moda. Lo que es más: por favor, no lo pongan de moda porque lo van a cerrar.
Venimos de dos años muy difíciles en los que se rompió el tejido social. Se nos hace muy fácil pensar que podemos trabajar solos en casa, escondidos. No podemos solos.
Lo que espero de Árbol Torcido es que sea un espacio que procure la cercanía y la intimidad, que no sientas distancia ante un artista, que te des cuenta de que estás más cerca de lo que crees: que eres tú mismo reflejado en el cuerpo de esa persona.
También soy de esas personas que ha pensado que no hay nada que hacer en Puebla, que es muy difícil, que el público es muy complicado, que no hay apoyo, pero algo me llama siempre a la ciudad: siento que tiene un potencial muy grande y que todavía se puede vivir aquí; sin embargo, no hay apertura de las mentalidades para recibir el arte.
Quiero que sea un espacio colaborativo: Yo te traigo para que te vean, ven al Árbol para que después tú veas a quienes vengan, para que tú seas el público.
Óscar Alarcón: ¿Dónde te sientes mejor como productora o como ejecutante?
Laara Isha: He pensado cómo traducir la utilidad. Ahora me siento útil. En la producción y en la gestión puedo aprender a enrollar un cable, conectar una luz y preguntarle al artista qué necesita. Antes, como ejecutante, solo decía: “Quiero y quiero y quiero”, siempre fui muy agradecida con los técnicos de los teatros y con toda la gente que se encargaba de la gestión, pero ahora que lo vivo soy todavía más agradecida: “Trépate a cambiar la luz” y aunque me da pánico, ahora lo vivo con el equipo.
Estoy bailando a través de los demás para que la gente venga, experimente con otra clase de movimiento que estoy fomentando.
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