Con autorretratos, María Vez cuestiona y se inserta en la historia del arte

En varias escenas de la mitología griega, Zeus, el dios más poderoso, bajaba al mundo terrenal transfigurado en animal para violar a una mujer. La princesa Leda, según cuenta el mito, fue una de sus víctimas. Disfrazado esa ocasión de cisne, el rey del olimpo la interceptó y se posó sobre ella cuando disfrutaba de una caminata junto al río.

La historia del arte occidental, construida sobre las ruinas de la antigüedad clásica, se obsesionó con esa mujer. A Leda la pintaron Leonardo, Tintoretto, Picot, Rubens, y en el siglo XX Dalí y Klimt. En 2022, la joven artista María Vez (Culiacán, 1994), cansada de Ledas que parecen disfrutar la violencia sexual del ave, dibujó la suya: un autorretrato donde la protagonista mira directamente al espectador mientras el animal la ataca, incómoda, como preguntándole por qué disfruta ver esas imágenes cuando visita los museos.

“Tomé como referencia una copia de Rubens”, explica María Vez sobre esta pieza pictórica en entrevista con LUMBRERAS. “Me gusta mucho esa pintura, pero en ella Leda tiene una expresión que me molesta: pareciera que ama al cisne, al ganso, que es Zeus que vino a violar mujeres. Eso me molesta mucho en general de la representación de las mujeres en la historia del arte. Cuando decidí hacer esta pintura, la penúltima que hice de esta serie, quería darle a Leda una expresión más fuerte, quería un cuadro que transmitiera menos paz. El de Rubens transmite mucha paz, aceptación, amor y goce, y yo no quería representar eso con mi reinterpretación”.

Obra de María Vez. Foto: Josué Cantorán

La exposición “Nada es para siempre”, curada por Rodrigo Cabral y que podrá verse hasta el 19 de junio en las salas de San Pedro Museo de Arte (4 Norte 203, Centro), se compone de una serie de cuadros pintados directamente sobre las mamparas, producidos ex profeso para las dimensiones de dicho espacio, en los que, a la manera de esa Leda, la artista se representa a sí misma en famosas obras pictóricas con el fin de insertarse tanto metafórica como literalmente en la historia del arte.

La antesala

La primera pieza de la exposición “Nada es para siempre” muestra a una mujer desnuda sentada tras una larga mesa. Cuatro personajes cubiertos de sábanas blancas, a la manera del fantasma tradicional, la acompañan. Sobre la mesa está servida otra mujer, similar a la primera, quizá su alter ego, recién horneada y lista para comer. Esta pintura, realizada directamente sobre mampara, de formato tan grande que pareciera estar pintada directamente sobre el muro del museo, es una alusión a La última cena.

En la siguiente pintura aparece la misma mujer, con un velo de novia, cocinando algo en un caldero. Esta pieza no reinterpreta a una obra artística en particular, sino a todo un género: el bodegón.

“Cuando estaba haciendo los bocetos”, cuenta María Vez, “veía mucho el canal de youtube del Museo del Prado, que tiene unos videos fantásticos de obras de arte comentadas por restauradores y curadores. Antes, yo nunca habría dado un peso por los bodegones, pero viendo estos videos entendí que hablan muchísimo de la persona que los pinta, de su contexto social, de la época en la que vive, con cada elemento que literalmente trae a la mesa”.

Estas dos piezas, que se encuentran en la primera sala de la exposición, funcionan como una especie de introducción a la exposición, adelantan algunos de los componentes temáticos que se encontrarán a lo largo de todas las piezas y sugieren que algunos de los elementos que se repiten podrían estar cargados de un sentido especial, por lo que habría que estar bien atento a ellos.

Obra de María Vez. Foto: Josué Cantorán

Es el caso, por ejemplo, de los fantasmas, que aparecen en varios de los cuadros de “Nada es para siempre” y remiten a una serie producida previamente por la misma artista, que se tituló “Ghosted” y discutía la cultura del ghosting en la sociedad contemporánea. También es el caso de las granadas, que se repiten en varios de los cuadros y remiten al fruto que Hades dio a Perséfone para prolongar su estadía anual en el inframundo.

“Lo que quería hacer”, dice la artista, “era empezar a poner todos los elementos que van a seguir viéndose en el resto de la sala, como las granadas, además de otras cosas que trajeran color a la composición e hicieran preguntar al espectador qué está cocinando esta persona, qué puede estar preparando con granadas, zanahorias y naranjas. Pongo todos esos elementos en la composición, más que para decir algo, para crear dudas en el espectador y que este se quede más tiempo viendo la pieza. Al final, crea un diálogo con la otra pieza, y una historia, la historia que cada quien quiere contarse”.

Subvertir la historia del arte

El trabajo más explícito de subversión de la historia del arte en la exposición “Nada es para siempre” inicia en la siguiente sala, con un cuadro donde María aparece frente a un espejo sostenido por un Cupido con cabeza de cereza mirando, de nuevo, directamente al espectador.

Se trata de una reinterpretación de otro de los clásicos motivos de la tradición pictórica occidental que se originaron en la antigüedad grecolatina: la Venus del espejo. Estas pinturas, de las que se conservan copias firmadas por autores tan importantes como Velázquez y Rubens, solían mostrar a la diosa romana viéndose al espejo. Ya que la tradición sostenía que Venus era la mujer más bella, cada artista la representaba según sus propias concepciones, personales y culturales, sobre lo bello.

En un acto político de amor propio, y al mismo tiempo en un cuestionamiento abierto sobre qué es lo bello, María Vez pinta también en su Venus del espejo a lo más bello que conoce: su propia imagen.

Obra de María Vez. Foto: Josué Cantorán

“Cada una de las interpretaciones de la Venus del espejo me hace ruido”, confiesa la artista a esta revista digital, “porque se supone que Venus es la mujer más hermosa del mundo, es lo más bello que existe, entonces siempre es la idea que tiene el pintor sobre la belleza, el estándar de belleza que pone un hombre ahí. Yo la sustituyo por mí, y me pongo esa mirada que siempre tiene la Venus del espejo, pero te está viendo a ti, y está viendo que la estás viendo”.

El siguiente artista que María Vez somete a escrutinio es Tiziano, que en su famoso óleo Baco y Ariadna representó otra de las escenas mitológicas que hoy día no pasarían un examen contemporáneo.

Según el mito, Ariadna fue engañada por Teseo con promesas de amor eterno a cambio de información sobre cómo derrotar al minotauro. La mujer fue después abandonada por su amante en la isla de Naxos, mientras dormía la siesta, pero apenas recuperada del asombro fue tomada por el dios Baco, que se enamoró de ella de inmediato, tan solo de verla, y se le aproximó para desposarla por la fuerza.

“Esa es una pintura que me gusta mucho”, dice la artista en entrevista, “Representa un momento de la mitología donde Baco llega de vencer a alguien, junto con toda su corte, a la playa donde está Ariadna, y se supone que se enamora de ella a primera vista. Están casi todos los personajes de la pintura original, pero modificados: por ahí está el fantasma del principio, la cereza, una figura tomando agua de una jarra, otra figura agachada con un suéter morado, que representa a Narciso en el lenguaje que estoy usando. (…) En su pintura, Tiziano trata de representar el amor a primer a vista, que a mí me chocaba, y yo quería más bien que ella se defendiera”.

En uno más de los cuadros de María Vez se reinterpreta el clásico Caronte cruzando la laguna estigia, de Joachim Patinir, en la que también se discute la idea del libre albedrío, la agencia y la importancia de las decisiones personales.

Obra de María Vez. Foto: Josué Cantorán

“Esa pieza retrata un momento de decisión de un personaje”, explica la artista visual: “la laguna es el purgatorio, y ella tiene que decidir a dónde va. En la pintura original de Patimir, el personaje también está decidiéndose por ir al lado que está más en llamas, más caótico, que para el pintor representa el infierno. Cuando estaba haciendo lo de las granadas, pensaba en esa historia de la mitología en la que Hades hace que Perséfone se quede más tiempo en el infierno, o que regrese, dándole granadas, para reiterar la decisión que tomó ese personaje de dicha pintura que está hasta el fondo de la sala”.

Sitio específico

Aunque a nivel temático y conceptual la exposición “Nada es para siempre” tiene mucha tela de dónde cortar, la experiencia de visitarla resulta fascinante por otra razón más: sus grandísimos formatos, trabajados directamente sobre mampara, tan grandes que parecen formar parte del muro mismo de las salas de San Pedro Museo de Arte.

“Yo trabajo desde unos años para acá, así, de sitio específico”, explica al respecto María Vez, “porque me gusta trabajar en dimensiones muy grandes y realmente no hay ningún espacio o taller que pueda abarcar eso, para tener la obra, almacenarla y estar trabajando ahí. Prefiero decirle al espacio que está interesado en exhibir mi obra que yo trabajo así, y entonces eso me permite hacer cosas que dialoguen más fácilmente con el espacio”.

En el caso de esta muestra, por ejemplo, algunas decisiones se tomaron específicamente con respecto a las posibilidades inmensas de las salas del museo.

Tanto María Vez como el curador Rodrigo Cabral deseaban que una exposición de arte abiertamente feminista, con imágenes impactantes y que confronta de manera tan directa a toda la historia del arte, pudiera exhibirse en espacios tan tradicionales como el centro histórico de Puebla y su museo de San Pedro, cuya muestra permanente ofrece cuadros novohispanos casi en su totalidad de carácter religioso, para que así pueda darse un diálogo entre ambos y se genere una experiencia enriquecedora en los visitantes.

Obra de María Vez. Foto: Josué Cantorán

Es un performance

María Vez reconoce que su nivel técnico en el arte pictórico no sea quizá el más prolijo. Admite que tal vez, en algunos de sus cuadros, algunas cosas puedan pasarse por alto. Pero eso, dice, no la detiene: para ella, el acto mismo de pintar es su obra de arte.

“Tal vez en algunas piezas las caras no se parecen entre sí”, dice, “porque hay muchas mujeres en cada retrato. Eso es más bien como por falta de habilidad técnica, pero eso no me detiene nunca: todas son Marías y cada una está sustituyendo a un personaje que existía en la pintura original”.

Al cuestionar la historia patriarcal del arte pictórico desde un cuerpo de obra tan bien trabajado desde lo conceptual, para María Vez es importante utilizar la pintura misma como medio, y el acto mismo de pintar se convierte, por sí mismo, en la obra: es un performance.

“Muy independientemente de cualquier cosa que te pueda decir de cada mampara por sí sola”, explica al respecto de su serie, “de lo que cuentan, o de lo que quieren subvertir, todas las historias, todas las imágenes, para mí son más bien la excusa para pintar. Lo que yo considero más importante en mi obra es la acción de trabajar. Algo muy importante para mí es que esta exposición la hice durante un mes, tuve treinta días. Para mí, la acción de ir todos los días al museo, ser una de las personas trabajando ahí de nueve a seis, o a veces de nueve a nueve, es lo que importa. Yo lo considero más bien como una acción, como un performance”.

Obra de María Vez. Foto: Josué Cantorán

En ese sentido, la obra de María Vez debe entenderse al mismo tiempo como producto de su propio trabajo corporal y como representación de su cuerpo, como comentario político sobre la historia del arte y la poca inclusión que demostró por siglos, y sigue demostrando aún hoy, para con las mujeres creadoras, y finalmente como el acto de resistencia política desde la creación artística de una mujer en un mundo todavía dominado por los hombres.

“Lo que quiero hacer”, dice al respecto, “es contestar directamente a esa tradición de la pintura, que está plagada de hombres. Lo que más me molesta de eso es la frase de ‘los grandes maestros de la pintura’, pero sólo había grandes maestros porque eran los únicos que tenían la oportunidad de hacer pintura. Las mujeres que la hacían podían porque tenían los recursos, eran de familias con dinero, o les enseñaban sus padres, pero sólo era para entretenerse, no era su profesión, ni pertenecían a un taller. Por eso no hay grandes maestras en la historia del arte. (…) Cuando hago estos grandes gestos, estos grandes intentos de insertarme a mí en la historia del arte, tanto metafóricamente, desde mi carrera, pero también literalmente, insertándome en los cuadros que ya existen, que hicieron hombres que eran considerados grandes maestros, es la idea, es la lucha que tengo”.

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