Con su pintura expandida, Ariadne Nenclares reflexiona sobre el territorio

Con trece piezas de pintura expandida, la artista Ariadne Nenclares explora el tema del territorio y conceptos como la construcción, la reconstrucción y la deconstrucción en la exposición “La pintura como cartografía de la memoria”, disponible con entrada gratuita hasta el 30 de septiembre en la sala Héctor Azar de la Casa de la Cultura de Puebla (5 Oriente 5, Centro).

En esta muestra, que recoge los últimos dos años de trabajo de la artista enfocada en la pintura y el arte contemporáneo, Ariadne continúa la exploración artística que ha llevado desde los dieciocho años de edad, cuando comenzó a trabajar con los conceptos antes mencionados en su práctica plástica.

“La cartografía tiene que ver con el mapa”, explica la artista visual en entrevista con LUMBRERAS. “A mí me interesa mucho el paisaje aéreo, las vistas, ya sean de noventa grados, de pájaro, las vistas satelitales. Entonces, hago una crítica a los sistemas de destrucción, de vigilancia y del poder que están por encima del territorio. De eso se trata”.

Ariadne Nenclares: Foto: Cortesía Secretaría de Cultura de Puebla

La egresada de la licenciatura en artes plásticas y visuales de la escuela nacional de pintura, escultura y grabado La Esmeralda y de la maestría en artes visuales y diseño de la UNAM inscribe su obra en la pintura, pero no en su concepción tradicional, sino en “una pintura expandida”, es decir, aquella que explora los límites y fronteras entre esta disciplina y otras, y planeta las preguntas sobre qué es pintura y qué ya no lo es.

“Como me comentaba Guillermo Vázquez, un gran curador y amigo”, explica Ariadne al respecto, “mientras haya pigmentos será pintura, que es una de las temáticas. A veces la gente dice que no está viendo muchos óleos y acrílicos, y aunque sí hay acrílicos en la exposición, sobre todo hay resinas, sangre, cerámica, pigmentos de tierra. Para mí, eso es pintura también”.

En sus estudios formales, Ariadne debió defender la idea de que su obra también podía denominarse “pintura”, aunque muchas veces sus soportes trascendían los típicos lienzos de tela y madera hacia resinas, materiales encontrados y cerámicas. Esa discusión, que estalló en la historia del arte desde las vanguardias modernas, ha sido central en la obra de Ariadne Nenclares.

Uno de los cuadros de Ariadne Nenclares. Foto: Josué Cantorán

“También me gusta trabajar la línea entre el dibujo y la pintura”, continúa la artista tres veces acreedora del estímulo PECDA. “No me gustan las reglas, evidentemente, ni que se diga que esto no es pintura. Yo retomo esta cuestión porque hablo de la frontera. Por eso quise hacerlo así, y me ha costado justificar esa parte en los textos que tengo que entregar”.

Ariadne explica, además, que mientras el dibujo se sostiene de lo estructural, la pintura es un artificio más amplio que permite ocultar, tapar, maquillar y hasta engañar. Por ello, le ha interesado trabajar con técnicas como el tránsfer, que ocultan por un tiempo lo que queda debajo, pero poco a poco, mientras el material va reposando, permiten traslucirlo.

“Trabajé con transfer”, explica al respecto. “Lo pintaba a propósito, para prohibir y tapar ciertas zonas que no quería que se vieran, aunque tarde o temprano el tránsfer vuelve a salir y se va a volver a mostrar el esqueleto y lo que está detrás. El pigmento también nos permite engañar, ocultar, lo que hace el maquillaje”.

Ariadne explora el concepto de pintura expandida. Foto: Josué Cantorán

La reflexión teórica sobre la pintura ha permitido a Ariadne no solo comprender los alcances de esta disciplina artística sino aplicarlos en su obra, en la que engloba una rigurosa exploración técnica y un trabajo conceptual también arduo y poderoso.

“La pintura también es un engaño”, dice, tajante. “De esta manera puedo tapar ciertas zonas o decidir dónde van ciertas calles y cuáles son mis reglas. No estoy trazando fidedignamente un mapa, sino que estoy decidiendo, así como son el ojo y la memoria: uno decide también qué partes quiere mostrar y cuáles ocultar”.

Destrucción y deconstrucción

La discusión sobre qué es pintura no es la única reflexión que sustenta el trabajo artístico de Ariadne Nenclares. Los conceptos de construcción y destrucción, así como sus variables de reconstrucción y deconstrucción, han definido toda su práctica pictórica, centrada además en el tema del territorio.

Una de las piezas que pueden verse en la muestra es un pirograbado de 1.20 por 1.20 metros en los que la artista trazó paisajes aéreos de zonas forestales de la sierra mixteca de Puebla, considerados en riesgo de destrucción. Ariadne realizó este cuadro en una tabla adquirida de una empresa maderera a la que se considera “uno de los mayores deforestadores de Puebla”. Al utilizar un objeto producto de la destrucción forestal para reconstruir un paisaje forestal, Ariadne ironiza sobre estos procesos.

Una de las piezas de Ariadne Nenclares. Foto: Josué Cantorán

“Esa tabla la construyo a partir de esa destrucción ya hecha”, explica Ariadne al respecto, “y vuelvo a poner los bosques como paisaje aéreo, en una vista aérea de la sierra mixteca de Puebla, una de las más destruidas de todo México”.

La pieza titulada “922” también explora el tema del territorio pero desde otro punto de vista. Integrada por nueve placas de resina en las que se encuentran grabadas vistas aéreas de sitios como parques industriales y templos religiosos, con tinturas de rojo sangre, Ariadne buscó crear una reacción fuerte en el espectador y reflexionar sobre la violencia de género.

La artista realizó una investigación sobre este tema —del que admite que no es central en su trabajo artístico— y encontró que los sitios donde suelen ocurren situaciones de violencia sexual contra las mujeres o feminicidios son los lugares de trabajo, parques e iglesias. El número 922 remite al número de feminicidios documentados en México durante 2021.

La pieza ‘922″. Foto: Josué Cantorán

“La planteo como una radiografía de la ciudad”, comenta Ariande Nenclares sobre esta pieza. “Por eso es una caja de luz que es de radiografía, porque me parece que sirve para evidenciar el problema que hay más allá. Mi papá era radiólogo y me impactaba mucho justamente esa idea de ver más allá. Una radiografía te permite ver el problema mucho más acertadamente y dar en el clavo. Con esta obra sí buscaba que causara conflicto, incluso que moleste”.

Al centro de la sala Héctor Azar se encuentran dos piezas de cerámica rotas en pedazos que remiten al concepto de la destrucción. Cada una de ellas tiene su historia particular. La primera fue una pieza que se colocó a la entrada de la galería Estudio Marte 221 en la Ciudad de México. Para ingresar, los asistentes debían pisarla y, posiblemente, destruirla.

“Eran cuadros perfectamente hechos”, recuerda Ariadne en entrevista, “que tenías que pisarlo y romperlo para poder ver toda la información de la exposición. Obviamente estaba toda esa manera de qué vas a hacer con ello. Había gente que lo respetaba, que no quería pisarlo, pero yo les decía que los rompieran. Estuvo muy chistoso (…) Algunos sí pisaban, pero otros trataban de esquivarlos”.

Una de las piezas de cerámica destruida. Foto: Josué Cantorán

Con esto, Ariadne Nenclares buscaba reflexionar sobre la destrucción de algunos territorios en contraste con la preservación de otros, así como cuestionar el despojo que perpetra el sistema económico de algunos sitios, que ocupa primero y luego abandona cuando las tierras ya no son productivas para sus intereses.

“Son territorios donde la tierra queda completamente infértil”, dice la artista, “ya no sirve de nada y se van. Es muy triste. (La pieza) es un tributo al territorio destruido que se hace añicos”.

La destrucción de la segunda pieza de cerámica fue más bien accidental. Ariadne se había propuesto trazar en cerámica las vistas áreas de ocho sitios arqueológicos del estado de Puebla para su trabajo de una beca PECDA. Un día antes de meter las piezas al horno del ceramista Javier Félix, con quien Ariadne ya había trabajado previamente, la artista soñó que estas se rompían.

“Él me dijo: ‘¿Cómo crees? Nunca ha pasado eso. Mi horno es super seguro”, recuerda la artista en entrevista con este medio digital. “Entonces metimos las piezas y, a menos de diez minutos, empiezan a tronar, estallan. Estuvo muy chistoso, aunque más bien horrible, traumático. Al otro día, ya frío, Javier abre el horno y, efectivamente, estoy en shock por ver todo mi trabajo hecho pedazos”.

Los pedazos de cerámica fueron repintados por Ariadne. Foto: Josué Cantorán

Después de pensarlo algunos días, Ariadne pensó que la destrucción de sus piezas de cerámica constituía una amarga metáfora y decidió juntar los pedazos, pintar sus bodes rotos y trabajar sobre ellos como una forma de tributo a las culturas que, como la cerámica, quedó destruida y de la que solo se conservan los rastros.

“Aquí la pieza me está hablando de algo mucho más allá”, relata Ariadne Nenclares. “Por supuesto, me sonó lógico: así fue la destrucción de su cultura. Así fue, tal cual, de violenta. Fue completamente destructiva. Quedó hecha añicos. Nos quedaron nada más vestigios. Nos quedaron solo cachos. Nunca vamos a saber el concepto completo, toda la cosmogonía, toda la lectura de su lengua, su ideología, tantas cosas de las que solo nos quedan cachitos”.

Para terminar de redondear su reflexión sobre la destrucción y la reconstrucción, Ariadne realizó otras piezas en las que trazó estructuras de obra pública que han sido destruidas, como carreteras y puentes, y realizó algunas piezas idénticas en materiales distintos, como cerámica y yeso, para que la naturaleza del material mismo determinara su destrucción en distintos momentos.

Y para finalizar con el tema de la construcción, la artista visual retomó la imagen del panal de abejas, un sistema de construcción geométricamente perfecto, y elaboró una pieza en la que se imitan estas estructuras y pigmentos de colores similares. Encima de ellos, puede verse, iluminada una caja de luz, una placa con trazos de vista aérea de las comunidades en Puebla y Veracruz que aún utilizan técnicas apícolas tradicionales y rechazan el uso de pesticidas.

Una de las piezas remite a los panales de abejas. Foto: Josué Cantorán

“El panal es un símbolo de construcción”, dice Ariadne, “que es maravillosa e impresionante. En esa está mucho la cuestión de la reconstrucción de la imagen que planteo. Yo tomo lo que veo y observo, lo pongo en esos panales nuevos y se ve bien padre porque son territorios que están uno detrás de otros”.

Otras de las piezas de la exposición. Fotos: Josué Cantorán

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