Giro polar (2020), el primer documental del fotógrafo y cineasta Emilio Ramos, afincado en Puebla, es un viaje por los cielos nocturnos del norte del planeta, donde se produce uno de los fenómenos luminiscentes más impresionantes que ha visto la humanidad: las auroras boreales. Aunque es una cinta de menos de una hora de duración, con escenas visualmente hermosas de paisajes naturales en movimientos a la vez rápidos y pausados, fue en sus procesos de realización y producción una hazaña técnica de gran escala. Y es, por último, un llamado de atención hacia una de las problemáticas ambientales menos conocidas pero más graves, que afectan a todo el globo por igual: la contaminación lumínica.
En Giro polar, el astrofotógrafo y ahora documentalista Emilio Ramos muestra diversas secuencias de cielos diurnos y nocturnos, locales y lejanos, producidos mediante una técnica audiovisual conocida como time-lapse (o cámara rápida), que consiste en la captura de fotografías con intervalos de tiempo definidos entre cada una. Cuando estas fotografías se colocan en el canal del video, una tras otra, a veinticuatro planos por segundo, el ojo humano las lee como una imagen en movimiento, como si fuera video puro.
Esto permite, en el caso de este documental, que puedan verse en secuencias cortas, de hasta diez o quince segundos de duración, noches completas de auroras boreales, con todos sus movimientos y procesos.
Para entender cómo se ve el resultado de esto, puedes ver el avance de Giro polar a continuación:
Uno: el camino
Emilio Ramos se interesó por la fotografía desde la preparatoria, pero solo hasta que estudió ciencias de la comunicación en la universidad, donde cursó un taller audiovisual y tuvo acceso por primera vez a una cámara réflex, quedó cautivado por la llamada astrofotografía de campo abierto, un subgénero de la fotografía nocturna que consiste en capturar objetos celestes y terrestres en la misma imagen.
A la par, cuando su padre le ayudó a conseguir su primera cámara, Emilio de inmediato comenzó a experimentar con el time-lapse, pero no sólo con fotografías fijas en un solo lugar, sino en encuadres que van moviéndose, esto con ayuda de tutoriales que encontró disponibles en varias fuentes virtuales.
“Empecé fogueándome en esta técnica”, cuenta el realizador documental en entrevista con LUMBRERAS, “y de repente pensé que quería crear algo ya más grande. Como me empecé a interesar en el cielo nocturno, las auroras boreales son el fenómeno nocturno por excelencia, por así decirlo, el que todo fotógrafo de noche quisiera retratar. Ya con esto en mente, comencé a investigar, y me di cuenta que en Alaska era posible ver las auroras boreales y que era mucho más barato que verlas en algún país nórdico de Europa”.
Emilio Ramos ahorró durante un año y en 2013 logró realizar su primer viaje hacia uno de los puntos más lejanos hacia el norte desde la capital de Alaska, Anchorage, y pudo ver sus primeras auroras boreales. Aunque capturó lo que pudo con su equipo fotográfico, para entonces la idea de realizar un documental no había surgido.
“Yo todavía no tenía pensado hacer un documental”, recuerda Emilio. “Solamente quería hacer un producto audiovisual con lo que obtuviera de mi aventura, de mi primer viaje, y ver qué pasaba. La verdad es que no sabía si en verdad iba a poder ver las auroras boreales. Afortunadamente, en este primer viaje me fue bien, pude verlas, sacar las primeras secuencias, y conocí a personas allá que más adelante me facilitaron mucho continuar con el proyecto. Ya después, gracias a la suerte y azares del destino, pude volver a Alaska”.
El fotógrafo y realizador no tuvo que esperar mucho más tiempo para volver a ver los fenómenos lumínicos que han cautivado a todo aquel que los ha visto. El viaje en el que tenía previsto volver a México, programado un 31 de diciembre, tenía sobrecupo, y la aerolínea le recompensó con un generoso vale el haber cedido su lugar a una pareja de ancianos. Emilio decidió entonces volver al norte y captar más metraje de auroras boreales, financiando sus días extras con esa recompensa, y ya con la idea fija de volver con una película.
“Un amigo se ofreció a tomar un descanso de dos semanas en su trabajo”, cuenta Emilio, “y llevarme en su camioneta a los lugares más interesantes, sobre todo los más lejanos de la ciudad, y ya con esto se armó un proyecto más sólido. Ahora sí volví a Alaska con la intención de tomar un footage más en forma. La verdad no sabía todavía con lo que me iba a encontrar. Este tipo de documental de naturaleza es muy difícil, puedes prever ciertas cosas, puedes imaginarte ciertos giros, puedes jugar a la par con el clima, pero aun así nunca sabes lo que vas a obtener. Tienes a la naturaleza como personaje principal, y a ella no le puedes pedir que repita una escena”.
Dos: la hazaña técnica
Tener a la madre naturaleza como protagonista de su película no era el único reto del director de Giro polar. Emilio estaba decidido a obtener todo el metraje posible mediante la técnica del time-lapse, aunque eso significara que, si estropeaba un solo cuadro de la secuencia, ya sea porque se acercara con la lámpara o porque la fotografía quedara desenfocada, se arruinaría la secuencia completa y se perdería el trabajo de toda la noche.
“Al final de cuentas es un trabajo bastante meticuloso”, explica al respecto el director, “que obviamente es muy presto a errores, a fallas. Tienes que estar ahí entregándolo todo, y finalmente también, en esas latitudes, lugares remotos, considerar todas las demás cosas, además del clima y del equipo, la supervivencia, la alimentación, dónde vas a pasar la noche: si la vas a pasar afuera, debes estar bien preparado, tener las pilas, todo el equipo”.
Emilio y su amigo debían acampar a cielo abierto en un inhóspito clima de por debajo de los 40 grados bajo cero. Por la noche dejaban todo el equipo preparado para obtener las fotografías y durante el día Emilio vaciaba las memorias, recargaba las baterías y volvía a preparar sus cámaras para la siguiente noche.
La técnica no fue nada sencilla. Por un lado, para obtener el movimiento en el cuadro de cada secuencia Emilio debía colocar la cámara en un cabezal motorizado que ya tuviera los movimientos programados. Si el material a capturar iba a durar la noche completa e incluiría parte del amanecer, la configuración de las cámaras también debía ser programada previamente para que al amanecer el obturador no se quemara y las imágenes no quedaran veladas. Se debía prever que, debido a la temperatura, las lentes podían empañarse en cualquier momento, y también que, por el frío extremo, las baterías rinden solo la mitad de su capacidad normal.
Por si todo eso fuera poco, la aparición de auroras boreales y su ubicación en el espectro celeste son factores muy difíciles de pronosticar.
“Existen aplicaciones de teléfono para prever eventos estelares”, explica Emilio Ramos al respecto. “Aunque sí hay métodos que permiten avisar cuándo habrá una actividad electromagnética grave, nunca vas a ver realmente por dónde estarán las auroras boreales. Salen por el norte, dependiendo de tu latitud en el círculo ártico: a veces las tienes arriba exactamente, y a veces en el horizonte, dependiendo de dónde estés. Con estos datos vas planeando la toma y programando el robotcito, según como uno cree que se van a mover las cosas. Sin embargo, es mucho el margen de error, de que ya dejaste la cámara haciendo una secuencia de doce horas hacia un lado, y del otro está pasando la magia (…) Eso lo fui aprendiendo a prueba error, y con mucho sudor y lágrimas, porque obviamente hubo muchas tomas impresionantes que no llegaron a armarla para el documental”.
En un tercer viaje a Alaska, Emilio logró obtener el metraje que le hacía falta para finalizar su documental, pero tener el material no significaba que la película estuviera próxima: procesarlo, por su complejidad técnica, también llevó años. La renderización de las fotografías, en pesado formato .raw, era muy tardada. Una secuencia de diez segundos tomaba dos días enteros para renderizarse.
“Otra cosa es que el documental está en 4K”, explica el realizador, “y en ese entonces, en 2013, cuando empecé a hacerlo, era un gran reto. Todavía no había televisiones que lo reprodujeran como tal, era un formato que apenas entraba al mercado, y yo quise aferrarme a hacerlo en ese formato, que es cuatro veces full-HD. Me puse un poco la soga en el cuello porque la capacidad de la computadora que necesitaba para procesar todas esas imágenes era mayor a lo que yo podía acceder de tecnología en ese momento”.
Después de meses de procesar todo el material, Emilio obtuvo ayuda de la compañía productora Ocho Venado, con quien realizó los últimos detalles del filme, entre ellos la corrección de color, la remasterización de la música y la grabación de la voz en off que cuenta la historia detrás de cada secuencia que se presenta al espectador.
Tres: la contaminación lumínica
Uno de los temas que la película Giro polar trae a colación es una de las formas de contaminación más silenciosas y de las que casi nadie conoce: la lumínica. En una bellísima secuencia en time-lapse de la ciudad de Vancouver, donde se le ve toda iluminada pese a la noche que la envuelve, la voz en off alerta sobre las afectaciones que la luz artificial tiene para la naturaleza o para la visibilidad de las estrellas.
“Cuando comencé a hacer foto nocturna no tenía idea de este tema, de este tipo de contaminación”, confía Emilio Ramos a esta revista digital. “De hecho, creo que es muy poca gente la gente que está informada, que siquiera sabe sobre la existencia de este concepto. Yo me empecé a enterar porque me daba cuenta que en mis fotos de las estrellas, cerca de la ciudad, no salía nada más que un globo amarillo horrible, y no podía ver la vía láctea. Obviamente, leyendo tutoriales luego luego brotó el concepto, y lo investigué”.
El sitio web Dark Side Finder, por ejemplo, permite ver en qué lugares del mundo aún se conservan cielos completamente obscuros donde puede observarse el firmamento y sus cuerpos celestes sin la intromisión de las luces artificiales. Es notorio que ya quedan pocos sitios donde la gente tiene el privilegio de ver las estrellas.
Este mapa, además, está en actualización constante, porque las zonas de cielos nocturnos libres son cada vez más escasas. Están consumiéndose. Emilio dice, en una secuencia de su documental, que si vemos al cielo como un ser vivo, con ciclos de vida y muerte, estamos atestiguando su extinción en tiempo real.
“Esto es algo que está sucediendo ahorita”, dice en la entrevista. “No es del siglo pasado para ahorita. En estos años está terminando de extinguirse el cielo. (…) Lo que nosotros podíamos ver hace doscientos años está extinguiéndose, ya no lo vamos a poder ver, está en peligro de morir. Inclusive, hay estudios recientes, uno de ellos de la NASA, que hablan de que ahora solo una de cada cien personas va a tener posibilidad de ver la vía láctea en su vida”.
El fenómeno de la contaminación lumínica, no obstante, no solo se trata de poder ver o no las estrellas. La luz artificial de las ciudades, sobre todo la amarilla, afecta a plantas y animales por igual: las primeras dependen completamente de los ciclos del día y la noche para funcionar. La intromisión de la luz artificial nocturna les afecta. Para los segundos, en especial los insectos, también se han reportado daños.
“Esto empezó a alarmarme”, explica el autor de Giro polar, “y empecé a considerar que era necesario, por lo menos, si no de una forma no tan denunciante ni agresiva, sacar el tema a colación, de una manera en la que incluso se apreciara la belleza del trabajo del hombre de la luz artificial, con esas tomas que usé de Vancouver, pero también haciendo hincapié en que eso está destruyendo lo otro, que debe haber un balance”.
A nivel local resulta notorio, por ejemplo, que a pesar de que en la capital poblana ya existen algunas políticas en que el alumbrado público ha sido sustituido por luces led, mucho menos dañinas, mucha población las recibe con poco entusiasmo, quizá por ser menos intensas. Por otro lado, destaca que en la reciente discusión sobre el impuesto por el derecho al alumbrado público, que algunos gobiernos municipales de Puebla han intentado implementar, con un buen número de detractores en la sociedad civil, nunca se haya mencionado, ni por equivocación, como un tema que debería atravesar este amplio debate, a la contaminación lumínica.
“Finalmente, todo, y como muchas cosas en este planeta, se resume a un tema de corrupción y cabildeo”, opina el realizador, “porque finalmente las industrias de pocos, las empresas de eléctricos, han tenido en sus manos hacer el cambio hacia la iluminación led con los gobiernos locales, que es más azul, más fría, pero con el pretexto de que es una luz molesta no se ha dado apertura a una evolución en el alumbrado público desde el siglo pasado, estamos hablando de algo arcaico”.
Y aunque hay organizaciones a nivel mundial que pugnan por la reducción de la contaminación lumínica, y se ha buscado que algunos lugares sirvan como especies de reservas naturales donde no se prenda una sola luz artificial, el tema sigue avanzando muy poco y muy silenciosamente entre la población en general.
“En el documental solo lo rasuré por encimita”, dice Emilio Ramos, “para prender la chispa en el espectador y que se pregunte por qué lo mencioné. Se necesita mucha más concientización al respecto”.
Giro polar (2020) se presentó en varias sedes de la ciudad de Puebla la presente semana como parte de la programación del ciclo Primavera Documental. Para próximas funciones o su aparición en algún servicio de streaming, puedes estar al pendiente de su página web.