Antonio Álvarez Morán comenzó a pintar en 1973, apenas adolescente, postrado en cama con un diagnóstico de artritis piógena y un armatoste de poleas y sacos de arena que su ortopedista le había recetado para mantener su pierna enferma elevada a todas horas del día y la noche.
Al notar su gusto y habilidad para el dibujo, su tía materna, la pintora Rosa Álvarez, le obsequió unos pequeños pedazos de cartón imprimados con pigmento amarillo, pinceles y óleos de varios colores para que el niño de catorce años se enseñara a sí mismo a pintar. Antonio produjo unas treinta piezas pictóricas de pequeño formato y las guardó por cincuenta años.
Hoy, esos cuadros conforman la exposición virtual “Mis primeras pinturas”, que puede consultarse en Alvarezmania, la página web del artista, con un diseño pensado especialmente para teléfonos inteligentes por el diseñador Jorge Carlos Álvarez.
“Es la primera vez que las muestro en público, en la red”, explica el artista en entrevista, “pero nunca hice ninguna exposición en físico de esta obra. Mi primera exposición fue ya en el 75, y fue de otra cosa, de hecho fue de pintura abstracta, de la primera y única vez que hice abstracta. Era obra hecha sobre cartones de cajas, con resortes de calzones, una cosa muy experimental, y la hice en los pasillos de la Casa de la Cultura”.
Desde su taller en San Pedro Cholula, el artista recuerda que tras una estancia en León, Guanajuato, donde vivió unos años, volvió con su familia a Puebla, donde su tío le recomendó visitar al médico militar Rafael Moreno Valle para tratar un padecimiento óseo que lo aquejaba.
Este médico, escribe Antonio en el texto que acompaña su exposición virtual, “prescribió un peculiar procedimiento consistente en permanecer seis meses en cama sometido a un equipo de tracción cutánea en la pierna afectada, terapia que comenzamos inmediatamente”.
Este aparato, cuyo boceto dibujado por el propio médico está disponible en la exposición virtual, consistía de un sistema de poleas sujetadas a la piecera de la cama, además de una tracción que, apoyada a un saco de arena, mantenía estirada su pierna continuamente, solo con muy leves descansos.
“Ahí”, recuerda Antonio Álvarez Morán en una larga charla, “con la quietud y la ociosidad, seguí dibujando más, y empecé también a leer, a ver libros. Mi tía Eloína Morán me compraba los fascículos semanales de la pintura, que todavía conservo y que de hecho los he usado en algunas instalaciones, como Holy watercolors. Eran revistas semanales con monografías chiquitas de artistas de todas las épocas de la pintura”.
Tras los obsequios de sus tías, “el tesoro que marcó mi destino como pintor”, Antonio empezó a pintar “así como Dios me dio a entender”.
De ese modo, aunque durante seis meses el aún naciente artista no pudo levantarse de su cama, encontró en la plástica una manera de liberarse y hallarse a sí mismo en un momento complejo de su vida.
“Es una manera de ejercer la libertad en una situación como el encierro”, dice, “fue más bien tratar de ir buscándola adentro de uno mismo, viajando adentro de uno mismo, conociendo el mundo interior, más que el exterior. Yo digo que saqué buen provecho de eso, porque, si no hubiera tenido esto, yo creo que me hubiera vuelto loco”.
Trabajo seminal
Un ser humanoide de piel verde. Una persona que grita mientras es consumida por las llamas. Una escena en el parque y otra en el puesto de revistas. Varios retratos, entre ellos uno de sí mismo.
Aunque Antonio Álvarez Morán ha continuado trabajando en el arte pictórico por cinco décadas, sus primeros cuadros denotan ya algunas de las características que después sellarían su estilo personal, como las notorias pinceladas que el pintor rescata de su práctica dibujística.
“Pues yo creo que ya se empiezan a ver cosas”, dice el artista cuando se le pregunta al respecto. “Por ejemplo, se empiezan a ver, aunque obviamente ha habido un cambio, un gusto por la pincelada, que ahora es mi sello o mi firma, y también hay un gusto por la figura humana. Mucho viene del dibujo. Creo que también mi obra en general es muy derivativa del dibujo, incluso del grabado, al construir líneas y volumen, la forma, los planos por medio de trazos”.
Desde su lecho de convalecencia, Antonio fechó algunos de estos primeros cuadros. En la mayoría incluso se muestra el día específico en que los produjo. El más longevo de ellos data de octubre de 1973, así que la celebración de los primeros cincuenta años de estas creaciones fue una de las motivaciones que el artista tuvo para abrir esta obra al público después de haber permanecido guardada en los cajones de su estudio.
Estos cuadros, además, implican medio siglo de trabajo ininterrumpido en la plástica, pues Antonio no ha dejado de producir obra en momento alguno.
“Pensé que he tenido esto, que todavía lo conservo”, explica el pintor, “algunos ya no están, pero la mayoría los conservé, y me pareció justo. Además, con la coincidencia de las fechas, pensé que son cincuenta años en esto, porque cuando empecé a hacer esto, desde entonces no he parado, no he dejado de pintar, no he dejado de producir desde entonces. No ha habido un mes en que no haya hecho algo. Es toda una labor”.
Y aunque quizá estas primeras pinturas no manifiesten el mismo nivel técnico de sus nuevas producciones, para el artista revelan la génesis de su trabajo pictórico, lo que las convierte en un cuerpo de obra digno de ser descubierto ante su público.
“Es otra cosa”, dice, “la calidad es cuestionable, pero son mis primeros intentos, y creo que a varios les interesará verlos, además de la facilidad de lo virtual”.
La exposición
Las 24 piezas que conforman la exposición “Mis primeras pinturas” están divididas, por motivos de navegación, en cuatro grupos que corresponden a los cuatro elementos de la naturaleza: fuego, agua, tierra y aire. Si bien algunas de las piezas contenían originalmente elementos del fuego, lo que facilitó agruparlas, otras fueron ubicadas en alguna sección de manera más aleatoria.
“Esa división fue un poco arbitraria”, admite el artista durante una charla. “Planeando la exposición, el diseño de la exposición, que es de Jorge Carlos Álvarez, un gran amigo mío, diseñador y muy buen fotógrafo, que me ha estado apoyando con mis redes y mi página y todas estas cosas que se han vuelto tan necesarias, especialmente después de la pandemia, pensamos que sería bueno dividir en secciones la exposición para hacerla más fluida, más fácil de ver, más comprensible”.
Además de las pinturas, la exposición cuenta con un texto introductorio, fotografías de la juventud del artista y el boceto del aparato ortopédico en el que este se postraba cuando produjo la serie.
Y para continuar las posibilidades que ofrece lo virtual, Antonio Álvarez Morán planea una próxima exposición virtual que tendrá como tema central a la vedette Lyn May, su musa, a quien lo une una larga historia de complicidades y a quien ha retratado en varias ocasiones y en distintos formatos.
La exposición “Mis primeras pinturas” puede verse en este enlace.