La novela de William Golding que siguió a su afamada El señor de las moscas, de 1954, revisa algunos de los temas que se asocian tradicionalmente a su escritura, como la exploración profunda de la naturaleza humana, ahora alrededor de un grupo de neandertales y su paso por la Tierra. Los herederos, libro original de 1955, vuelve hoy a las estanterías mexicanas gracias al Fondo de Cultura Económica y con una nueva traducción del escritor Luis Jorge Boone, revisada por Fausto Javier Trejo.
Al escritor inglés William Golding (1911-1993) se le vincula, inevitablemente, con su novela El señor de las moscas, publicada en 1954. La historia, llevada al cine al menos en un par de ocasiones, narra la sobrevivencia de un grupo de niños en una isla desierta después de que su avión se estrella en el mar por el mal tiempo. Sin ningún adulto con vida, tienen que buscar un orden para sortear los peligros que los acechan. La novela es una de las aproximaciones más oscuras al género humano, en primer lugar, porque la violencia —territorio asociado a los adultos— es llevada al mundo infantil y, en segundo lugar, porque se muestra cómo la sinrazón pronto sustituye los intentos por llevar un orden civilizado. El progresivo retroceso de los niños al salvajismo nos dice que el mal anida en nosotros desde la cuna y que sólo la coacción social nos permite tener una convivencia apenas estable.
Los herederos, publicada originalmente en 1955 —justamente un año después de su obra más famosa— y rescatada en 2021 por el Fondo de Cultura Económica, sigue al pie de la letra las obsesiones del autor ganador del Premio Nobel en 1983. Al contrario de las alegorías usadas habitualmente en la literatura, por ejemplo, en la ciencia ficción o la fantasía, Golding prefiere escenarios históricos para transmitir sus ideas y su visión del mundo. Quizás el concepto más importante, en ambos libros, es la caída del ser humano, incapaz de redimirse ante situaciones que lo transforman. En contraste, para ofrecer un poco de luz en la oscuridad, coloca a personajes que defienden la razón en medio de la barbarie, aunque la mayor parte de las veces sucumban ante el más fuerte.
La anécdota de Los herederos es, podría decirse, minimalista. A través de un narrador omnisciente, seguimos, en la primera parte del libro, la vida nómada de un grupo de neandertales conformado por hombres, mujeres, ancianos y niños. No hay más anécdota, al inicio, que la manera de relacionarse del grupo y, sobre todo, la búsqueda constante de alimento y la lucha con otros animales por el territorio. Golding intenta recrear la forma de comunicación de los neandertales. Sus personajes son capaces de expresar una buena cantidad de pensamientos aunque, por supuesto, no profundizan demasiado. Más allá de esto, el lector encuentra verosímil la descripción del grupo porque el punto de vista va de los intercambios verbales de los neandertales a su constante interacción con el escenario en el que deambulan. Ríos, terrazas, árboles, matorrales, piedras y, sobre todo, el cielo que funciona como un gran telón. Todos estos elementos son relatados con minucia dando a entender la importancia que tienen en la cosmovisión de los protagonistas. Si el hombre moderno ha considerado a la naturaleza un medio para explotar, dominar o, en el mejor de los casos, explorar con interés científico, para los personajes de Los herederos es un escenario en continua crisis que les provee de sustento, pero que también los amenaza de diferentes formas.
La novela encuentra, en su segunda parte, un punto de tensión —una vuelta de tuerca—, cuando el grupo de neandertales coincide con un grupo de humanos —los llamados Homo sapiens— que los agreden hasta secuestrar a uno de ellos. Es interesante analizar la alegoría que se repite, ahora en un contexto histórico muy anterior comparado con El señor de las moscas: la violencia contra el más débil y, en este caso, el encuentro entre dos mundos. Ignoro con detalle los conocimientos antropológicos que se tenían en los años 50 sobre los neandertales y los Homo sapiens. Sé, por la versión que se transmitía en las aulas en las últimas dos décadas del siglo XX, que los neandertales eran considerados un ancestro directo del humano moderno y, lo más importante, se le atribuían pocas facultades intelectuales. Después, como el lector medianamente informado sabe, los neandertales fueron colocados en una de las ramas de la evolución humana que desapareció y, además, se supo que tenían un sentido trascendente de su existencia. La extinción de este grupo, según los científicos, pudo deberse a importantes cambios en el clima, pero también al encuentro con los humanos, los Homo sapiens. Esa colisión es recreada por Golding décadas antes de que los descubrimientos arqueológicos y los análisis genéticos aportaran más datos al asunto.
Hay, finalmente, una lectura importante en Los herederos:el triunfo del más fuerte no sólo por el poder físico sino por la tecnología. Los Homo sapiens desplazan a los neandertales por el uso de las herramientas y el dominio más sofisticado del fuego. También aparecen, como una aparente ventaja, los rituales elaborados, antecesores de las religiones de nuestra era. La pregunta que nos deja la novela —a más de medio siglo de su publicación— es inquietante. Nosotros, como herederos de aquellos Homo sapiens que exterminaron, de diferentes formas, a los neandertales, ¿seremos sustituidos por otros? En un contexto de crisis ecológica y social, podríamos ser los últimos en la línea, víctimas de nuestro propio éxito o, como sucede en algunas obras de ciencia ficción, heredaremos la Tierra a un tipo de inteligencia artificial que, también, significará el fin del ser humano. Mientras el tiempo responde esta pregunta, queda la imagen de los neandertales de Golding, mirando, absortos, a los extraños. Lejos de idealizar a esta especie, acercarnos —sin pretender una reconstrucción exacta— a aquellos grupos, los perdedores en una lucha descarnada, nos permitiría entender mejor nuestro papel en el mundo, lejos de las promesas que nos ha ofrecido la modernidad y que, justo ahora, comienzan a mostrar su peor cara.