Esta nota fue publicada originalmente en el suplemento REVERSIBLE del portal LADO B. Puedes ver la entrada original aquí.
La homosexualidad, o cualquier otra orientación sexual, se vive de manera diferente en cada lugar del mundo. Su expresión depende de diversas condiciones sociales que se entrecruzan para generar contextos específicos. El grado de homofobia existente, la capacidad de las personas LGBTI para colectivizarse o incluso el número de habitantes de una ciudad o pueblo, pueden ser factores decisivos para que no sea lo mismo identificarse como gay en Londres, por decir algo, que en Sonora.
El cineasta Oliver Rendón, originario justamente de aquel estado del norte de México, decidió dedicar su primer trabajo cinematográfico a profundizar en las vicisitudes por las que suelen pasar las personas homosexuales y lesbianas para vivir abiertamente su orientación sexual en el lugar donde él mismo nació y creció, al que describe como “un estado que se caracteriza por una defensa de la masculinidad”.
Así nació En tierra de vaqueros (2012), documental de poco más de media hora de duración que durante el año pasado visitó diversos foros a lo largo del país buscando no sólo la aceptación del público ya interesado en temas de diversidad sexual, sino también, como cuenta Oliver a REVERSIBLE en entrevista telefónica, a personas cuyo primer acercamiento serio con estos temas pudiera ser la propia película.
De tal modo, Rendón se dedicó recoger testimonios de personas que han logrado vivir abiertamente su disidencia sexual en Sonora. A ellos los califica como “muy valientes porque se animaron a hablar en cámara sobre sus aventuras y sus desventuras”. Al final del proceso de edición, cuenta el realizador, “me di cuenta que en realidad estaba contando mi propia historia a través de otras voces”.
Abiertamente gay y defensor del derecho de las personas LGBTI de expresar con libertad su condición sexogenérica sin ataduras culturales o moralistas, Rendón explica que realizar el filme también resultó un posicionamiento político que se derivó de su vida personal.
“Surgió de mi propia experiencia”, explica. “Crecí en estas tierras y pues sabía perfectamente de qué se trata lo que uno tiene que pasar y tiene que vivir para asumirse dignamente como gay”.
En ese sentido, contar dichas historias podría ayudar a quien las escucha a liberarse de prejuicios, entender de una forma más clara que la naturaleza de la sexualidad humana es mucho más compleja de lo que suele pensarse y que asumirse libremente como homosexual o lesbiana no se da sin un proceso previo de empoderamiento.
En cuanto a la respuesta que ha observado del público que ve el film, Oliver comenta que siempre ha sido positiva. Ante el cuestionamiento de si ha recibido reacciones homofóbicas durante la etapa de promoción, responde: “no, en realidad no puedo quejarme porque la comunidad lo ha acogido muy bien, lo ha recibido muy bien. Yo lo presento y siempre ha habido foros llenos. Me ha gustado”.
Sólo en España, abunda, se pensó que el documental era un tanto “exótico por la historia vaquera”, pero ello no impidió que recibiera buenos comentarios e incluso el premio al mejor cortometraje documental en el marco del Festival Internacional de Cine LGBT de Madrid, en noviembre del año pasado.
Al interior de la República las respuestas han sido siempre similares, y ello se debe, según considera, a que no existe gran diferencia entre las actitudes ante la homosexualidad que pueden observarse en todo el país.
“Es muy parecida (la situación) en Sonora que en el resto del país, sobre todo en los estados que son muy conservadores”, justifica el cineasta. “Supongo que en Puebla es parecido”.
Se debe aprovechar el financiamiento público
Oliver había dedicado su vida profesional a la televisión y la publicidad, pero un curso de introducción a la dirección del documental, así como la convocatoria para obtener una beca del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y del Instituto Sonorense de Cultura, lo convencieron de dar finalmente un giro hacia el cine.
El fallo de la beca se concedió a su favor y con el apoyo del Consejo Estatal de Derechos Humanos (CEDH) de Sonora emprendió la producción del film, proceso que duró cerca de siete meses que debió comprimir en una película de 32 minutos.
“En realidad de las instituciones públicas recibí bastante apoyo, y eso habla de que las cosas están cambiando un poquito”, dice acerca de las dependencias gubernamentales que financiaron la realización del filme, mientras agrega que eso debe aprovecharse para posicionar en el público algunos temas que difícilmente llegarían a la discusión pública de otro modo. “Estamos en un momento crítico para contar este tipo de historias”.
En realidad, algunos documentales con temática LGBT han sido financiados por dependencias culturales en los últimos años, como es el caso de Otra familia de tantas (2010), que se realizó con apoyos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Otros, sin embargo, como Ni locas, ni pecadoras (2008), han debido buscar las finanzas desde fuentes privadas.
Además de su primera película, Oliver Rendón participó en la producción de la cinta La hora de la siesta, de Carolina Pratt, que gira en torno al caso de la guardería ABC y que está por estrenarse.